Está claro que los proyectos que requiere Latinoamérica para su despegue, no son en esencia glamorosos ni vendedores de ilusiones, pero la única manera de realizar los cambios necesarios y posibles es a partir de un proyecto y no de un cuento de hadas.
Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección
Unas semanas atrás, el presidente de Brasil Luis Ignacio “Lula” da Silva invitó a sus colegas de la region a participar de una “cumbre” en Brasilia dónde, además de la permanente búsqueda de “unidad”, planteó de manera sostenida la existencia de una narrativa sobre la crisis en Venezuela, conceptos rebatidos por el presidente Boric y especialmente por el presidente Lacalle Pou, quienes desenmascararon una situación real que “Lula” supuso evitar desde su perspectiva, vaya a saber con qué intenciones. Porque detrás de cada afirmación, hay intención.
En un mundo donde todos suponen tener su verdad, donde se ha puesto de moda “mi verdad”, la narrativa politica hecha relato no es más que un disfraz de la realidad que, a los politicos cortoplacistas y electoralistas, les conviene transformar en esperanza a partir de construir una experiencia religiosa
Es que, como en la religión de cualquier tipo, solo los mas vulnerables esperan un relato que les permita soñar con el paraíso. Pero el verso inconsistente se acaba con la pobreza sin fin, con la ignorancia proliferada, con quedar fuera de un sistema en el que se les promete falsamente la inclusión.
Son relatos fantásticos, casi endulzantes para una sociedad desesperanzada.
Pero son relatos. Y el relato no es acción, es relato.
El relato es un deseo, que ofrece esperanza a cambio de adoctrinamiento.
Esto último, el adoctrinamiento, ha sido en la región el relato bolivariano, que falsamente plantea la democracia, el socialismo y el progresismo, sino que promueve una revolución tan imaginaria como inexistente. Una fantasía.
Pero ese relato contestatario, que es el tronco fundacional de la mala izquierda latinoamericana, es la que genera un contrarelato de la vereda de enfrente, sostenido por la idea extrema que lleva a la supervivencia del más apto.
Ambos relatos, son vacíos.
Los relatos buscan tapar el sol con un dedo y definen el bienestar de la gente a partir de un fundamento absoluto, ese mismo fundamento que supone retraso y pobreza cuando (el relato) tiene como unico argumento ir contra el enemigo.
El enemigo de la izquierda no es la derecha ni viceversa. El enemigo de ambas corrientes es la hemiplejía. Y también la hipocresía.
Ninguna doctrina es absoluta para resolver el todo. Ni el socialismo representa la unica salida al bienestar social, ni el capitalismo salvaje asegura la libertad y competitividad.
Relatos que estafan a los mas débiles con falsas banderas progresistas o con promesas de “derrame” de riqueza que nunca llega.. El socialismo no es el único demócrata ni la derecha es la única que representa al autoritarismo.
Son otras las diferencias.
La crisis de los relatos fantásticos parte de una cuestión “de piel”, de sensibilidad a las creencias. De allí la cuasi religiosidad.
Y en ese punto los relatos sostienen, de manera encubierta para el rebaño, desigualdades de poder y dinero que no son una narrativa, sino la realidad.
Los eternos problemas sobre los sistemas de salud, de educación, de seguridad ciudadana y de seguridad social, son reales y solo tienen solución a partir de un proyecto. Y de implementarlo.
Y no es terminar con los ideales, al contrario, los ideales guian al proyecto. Sin ideas no hay plan.
Está claro que los proyectos que requiere Latinoamérica para su despegue, no son en esencia glamorosos ni vendedores de ilusiones, pero la única manera de realizar los cambios necesarios y posibles es a partir de un proyecto y no de un cuento de hadas.
Hablemos de proyecto, del punto de partida difícil que hay que abordar, de centrarse en la solución posible y no en el error del adversario. Y hacer de ese proyecto una bandera.
Terminemos con los relatos fantásticos para poder transformar la realidad y así, evolucionar. No perdamos tiempo.