Pocos saben de esta celebración pública porque, a poco andar, se trasladó al seno de la familia, ese espacio que desde siempre ha constituido un poder soberano, al que el poder de la iglesia y del Estado no llega con facilidad.
¡La navidad ha perdido su sentido! Cuantas veces hemos escuchado esta crítica apesadumbrada y nostálgica, proveniente normalmente de personas del mundo religioso, aunque también de los más viejos. Esa crítica ha significado en la historia de Chile, sin embargo, muchas cosas distintas.
La iglesia y el Estado eclesiástico criticó de este modo la forma de celebrar la navidad por el pueblo en el Chile tradicional, donde esta fiesta se celebraba en las calles de un modo no tan distinto al dieciocho de septiembre. En un país que aún no conocía de los Santa Claus, los Papá Noel ni los árboles de pascua, todas tradiciones importadas más tarde, la navidad era efectivamente una fiesta popular en que las tradiciones del folclor y música popular y del carrete público se combinaban con una adopción bien selectiva de elementos religiosos. En la fiesta del populacho ¡la navidad había perdido su sentido!
Pocos saben de esta celebración pública porque, a poco andar, se trasladó al seno de la familia, ese espacio que desde siempre ha constituido un poder soberano, al que el poder de la iglesia y del Estado no llega con facilidad. Mientras que en algunas familias católicas se celebraba “como se debe”, en una parte que se hizo cada vez más grande ¡la navidad perdía su sentido! Esta denuncia creció al mismo tiempo que se instalaban en el Chile moderno tres procesos, que se retroalimentan.
¡La navidad perdió su sentido! mientras más creció la internacionalización y adopción de las tradiciones invernales e hibridas del norte no católico (Papá Noel, Santa Claus, el Árbol entre varias otras, que hoy nos parecen naturales en esta fecha).
¡La navidad perdió su sentido! mientras más creció la comercialización, que avanzó a pasos agigantados en la misma medida que se instaló y creció la obligación recíproca del intercambio de regalos entre parientes y cercanos, antes se hacían ofrendas al niño Jesús, y con ello el consumo. ¡El consumismo!
¡La navidad perdió su sentido! mientras más avanzó la desinstitucionalización e individualización de la sociedad, que conduce a que finalmente las familias elijan y seleccionen cada vez más qué tradición seguir y cuales no, generando una pluralidad de formas de celebrar que mantiene algunos pocos elementos en común, muy pocos de ellos de carácter u origen religioso.
Y fue tan así que ¡la navidad perdió su sentido! que hubo que recoger lo poco bueno que quedó de estos procesos de internacionalización, comercialización, e individualización y rescatarlo: El encuentro familiar. Finalmente, la Navidad hoy es poco más que la fiesta en que la familia se auto escenifica, algo bien distinto de su sentido original, pero muy propio del familismo moderno.