El debate del Presupuesto para el 2023 en la Cámara de Diputados fue tenso. Un diputado cuestionó el “generoso” monto destinado a temáticas vinculadas a los Derechos Humanos. Con ironías y burlas, se refirió a las “pensiones de gracia de las supuestas víctimas del estallido delictual”, al presupuesto para el “Museo de la Memoria de algunos” y para fundaciones como ciertos sitios de memoria, así como para “una supuesta búsqueda de detenidos desaparecidos”. El Senado después le negaría el presupuesto al Instituto Nacional de Derechos Humanos y al programa de Patrimonio Cultural, bajo el cual operan organizaciones como el mencionado museo, Villa Grimaldi, Londres 38 y Fundación Salvador Allende.
Una y otra vez, en especial luego del resultado del plebiscito constitucional, recordamos y entendemos aquella frase de Kundera: “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. Así, vemos distintos intentos, comentarios, mofas y comprendemos lo probable que es manipular la realidad para dirigir, dominar, organizar la memoria (y el olvido). ¿Cuál memoria? ¿Cuál olvido? El de aquello que le resulta molesto a determinados sectores, una memoria que es, por naturaleza, incómoda, inquieta, parafraseando el título de mi libro anterior (Memoria inquieta). Si incluso en un hecho tan reciente como el estallido o rebelión social de 2019 se fomenta el olvido de todo lo heroico, especial y esperanzador de este acontecimiento -tratando de cambiar hasta su denominación (similar, por ejemplo, a la estrategia de llamar “pronunciamiento” al golpe de Estado)-, para recordar únicamente lo negativo, intentando convencernos de que lo que muchos creyeron un sueño bello era, en realidad, como ellos lo dijeron y percibieron siempre, una pesadilla…
La memoria es un territorio en disputa. Conscientes de ello, distintos colectivos se organizan para mantenerla viva, dinámica, presente, abierta, aunque muchos otros, desde el poder, breguen por la necesidad de cierre, para poder seguir, para poder “reconciliarnos”. Estos colectivos insistentemente organizan actos de memoria en distintos lugares para así, en palabras del sociólogo Michel de Certeau, “practicarlos”, habitarlos, de alguna manera, con sus guiones, sus actividades y los cuerpos que los atraviesan. La memoria es así una memoria en tránsito, en constante movimiento.
Es lo que planteo en el libro Memoriales vivos. Paisajes para No Olvidar, publicado por la Editorial de la Universidad Alberto Hurtado, que se presentará el martes 22 de noviembre a las 19 horas en el Centro Cultural de España (Providencia 927). Una de las preguntas que ahí intento responder es: “¿Cómo es que se inscriben las memorias en los espacios y cómo es que los espacios marcan, evocan, materializan las memorias?” Esto, lo muestra el texto, es a través de cuerpos, cuerpos que practican el espacio; el cuerpo como memoria pero también como inscripción del espacio.
En Memoriales Vivos se ve cómo diferentes colectivos utilizan distintas formas y estrategias para continuar escenificando las memorias de la dictadura en determinados lugares del territorio nacional. Se refiere a actos que, como lo señala la académica María Teresa Johansson en la contratapa, nacen de los horrores del pasado y escenifican, en algunos sitios de memoria, La Moneda y el Desierto de Atacama, la resistencia comunitaria al olvido. Para ello, el texto busca poner en marcha las memorias, sus espacios y sus actos. Para que no se nieguen, clausuren ni manipulen, para que se sigan discutiendo, abriendo, moviendo, aportando a un ejercicio colectivo.
Yael Zaliasnik S.,
Doctora en Estudios Americanos y autora del libro Memoriales Vivos. Paisajes Para No Olvidar