Señor Director:
¿Cómo un país eminentemente pobre hace 60 años es hoy una nación desarrollada, con un ingreso per cápita de 70 mil dólares (Chile: US$16 mil, según el Banco Mundial), reconocida como referente en educación técnico-profesional, innovación y emprendimiento?
Ese “milagro” de desarrollo fue lo que interesó a una delegación del Consejo de Rectores Vertebral que viajó a Singapur para conocer de primera fuente cómo funciona el alabado sistema educativo técnico en esta nación de poco más de cinco millones de habitantes.
Una clave es que Singapur plantea la educación como eje central del desarrollo económico y social. A partir de esto, se forma un círculo virtuoso entre el Estado, las instituciones de educación superior y las empresas, que están planeando cómo solucionar los problemas que vienen a futuro. De hecho, creen que el mundo moderno es tan complejo que las soluciones tienen que ser interdisciplinarias; un ingeniero que sólo sepa de ingeniería no sirve: tiene que saber de diseño, arquitectura y arte.
Además, aspectos como el emprendimiento (envían estudiantes a los principales polos de innovación, como Silicon Valley) y la continua especialización de los docentes (deben cumplir hasta 100 horas pedagógicas de capacitación para poder impartir clases, luego de estar entre 5 y 10 años trabajando en el sector donde imparte docencia) resultan fundamentales para comprender qué hace tan admirado el sistema educativo singapurense.
Sin embargo, lo más relevante es que Singapur pensó que su gran activo eran las personas, por eso la educación se transformó en el gatillante de la nación próspera y desarrollada que hoy conocemos. Lecciones que debemos considerar para que el “milagro” de Singapur pueda ser también chileno.